CIEMPIÉS

Billy sudaba como un cerdo, el sudor resbalaba por su frente y se acumulaba en sus cejas hasta rebosarlas, le goteaba por la nariz, empapaba su camisa, Billy sudaba y sudaba, bebía una cerveza tras otra tratando de refrescarse pero no había nada que hacer, aquel calor...
Un escarabajo viejo y destartalado aparcó frente a la entrada del bar levantando una gran polvareda. La campanilla de la puerta del bar repiqueteó. Se trataba de un hombre viejo y enjuto, vestía traje y sombrero negros, caminaba apoyándose en un bastón. Había en él algo extraño, la expresión inteligente, triste, cruel de sus ojos...
Tomó asiento en un taburete frente a Billy. Sacó del bolsillo de la camisa un pañuelo y se secó la frente.
-Buenas tardes -saludó el Hombre Extraño.
-Buenas tardes. ¿Qué se le ofrece?
-Mmmm… Una cerveza.
Billy abrió dos cervezas, dejó una sobre la barra y bebió de la otra. El Hombre Extraño sacó una cartera de cuero marrón, y de ésta una constelación de pastillas de colores. Engulló cinco y dio un largo trago a la cerveza.
Acabó con la botella. Pidió otra. Los minutos se sucedían en silencio. Entonces dijo:
-Disculpe...
-¿Sí?
-¿Tienen tarta de manzana?
-Ajá.
-Sírvame una porción, si es tan amable.
Billy lo hizo.
-¿Le importaría darme una cuchara más grande?
-No, claro que no -contestó el camarero, un tanto confuso, y le dio una cuchara grande.
Entonces hizo algo que a Billy le pareció raro, muy raro: cogió la cuchara grande y entró al baño. Pasó largo rato. Bueno, dijo Billy para sí, éste es un país libre...
La campanilla sonó. Entró un hombre gordo, enorme, el cabello desaliñado, la camisa sucia.
-Buenas tardes -saludó el camarero.
No contestó. Sus ojos eran opacos como los de un animal muerto. Caminó hasta la barra con pasos torpes, respirando con dificultad, resoplando, cogió la cucharilla del plato y deslizó por ésta su lengua, una lengua horrible, grande, llena de pústulas violáceas, derramando ríos de saliva viscosa, más y más saliva. Luego tiró la tarta al suelo y lamió el plato.
-¡EH -gritó Billy-, PERO QUÉ COÑO HACE!
El gordo no hizo caso. Billy entró al almacén, cogió el bate de béisbol. Cuando regresó encontró al Hombre Extraño sosteniendo en su mano derecha un enorme revólver negro. El gordo se giró. Al ver al Hombre Extraño brotó de su garganta un sonido que helaba la sangre, un sonido que no parecía provenir de aquel cuerpo, no parecía de este mundo.
El revólver tronó
BANG
y la cabeza del gordo estalló en un big bang rojo que salpicó la barra. El cuerpo se desplomó. El Hombre Extraño se aproximó a él, lo examinó con frialdad. Disparó otras cinco veces
BANG BANG BANG BANG BANG
Miró a Billy y exclamó:
-¡Es un ciempiés del espacio!
-¿Q-q-q-qué...?
-¡Un ciempiés del espacio! ¡Es una invasión a escala planetaria! ¡Una legión de artrópodos provenientes de otro mundo está llevando a cabo un plan secreto para conquistar la Tierra!
-¿Pero, qué dice, un ciempiés...? ¡No era un puto ciempiés, era un ser humano, joder! ¡Mire, es sangre, sangre humana!
-¡Es sólo un traje! ¡Un recipiente! ¡Son parásitos! ¡Utilizan nuestros cuerpos para infiltrarse entre nosotros sin levantar sospechas! ¡El disfraz perfecto!
Billy advirtió que la manga izquierda de la camisa del Hombre Extraño se hallaba recogida por encima del codo; tenía un cordel atado en torno al bíceps, y más abajo había una marca de la que manaba una gota de sangre. El Hombre Extraño se percató.
-Es mi medicación.
Puso el seguro al arma, la guardó en los pantalones y dijo:
-Escúcheme bien. Sé lo que está pensando: este hombre es un drogadicto, un loco, ha matado a otro hombre sin el menor escrúpulo, sin ningún motivo razonable. FALSO. Estoy completamente cuerdo, y sé muy bien lo que digo. Este "ser humano", como usted lo llama, era en realidad el títere de un alienígena. ¿Se ha fijado en su saliva?, una saliva densa, pegajosa; es su medio de reproducción. Son como un virus.
El Hombre Extraño se puso el sombrero y la chaqueta, cogió su bastón.
-Tire todo cuanto haya estado en contacto con su saliva. Utilice guantes para evitar el contagio. Deshágase del cuerpo. Quémelo. Debería quemar también este local.
Salió del bar, subió a su automóvil y desapareció.
Billy descolgó el teléfono y marcó el número de la policía. Entonces escuchó de nuevo aquel sonido, detrás de la barra. Se asomó: de los restos del cráneo del cadáver surgía un ciempiés gigantesco, podía escuchar el golpeteo sordo de sus patas, docenas de ojos negros y brillantes observaban a Billy.


FIN?

1 comentario:

  1. No es la mejor historia para leer antes de irse a dormir, pero ya es demasiado tarde.

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